lunes, 18 de noviembre de 2013

miedos comunes (II)


Ser sin casa o sin tierra tiene algo de común en estos días, o algo en común o ambas cosas para ambos. El sin casa no tiene casa, el sin tierra no tiene tierra. Ciudad y campo son tan distintos. Pero en ambos casos habrá un opuesto de la opulencia, una antítesis a la desgracia. Sin casa se paseará, errático, hasta toparse con el lujo del lujo, el castillo amotinado de algún caserón asunceno o un barrio cerrado. En cambio sin tierra se quemará los pies en la arena, hasta sentir como los alambres de puas se incrustan en su piel. La distancia de sin tierra hasta el siguiente pueblo es de miles de kilómetros, o ¿por qué no decirlo? Miles de hectáreas malhabidas

Tanto en un caso como en otro, yo miraré las casas desde mi auto o las estancias al salir de la ciudad. Y me limitaré a decir que ambas son grandes.

miedos comunes (I)


Camina rápido entre el silencio y la prisa hasta sentir la sombra que te sigue al final, hasta el molinete del colectivo. Si pudieras darte la vuelta y enzoquetarle una piña sería fantástico. Pero no. El heroísmo a lo james bond no es lo tuyo. Bajás. Cinco cuadras de abismo entre la muerte y tu casa, aunque a mi criterio, es siempre una visión exagerada de las cosas. Asunción no es ciudad de México, ni Buenos Aires, ni Río. Pero vos aprendiste a tener miedo, como yo, que miedo no tengo de pasearme por tu calle de noche, pero si a otras cosas.
Camina rápido entre el silencio y la prisa hasta sentir que alguien te sigue. El camino intrincado del colegio a tu casa está interrumpido por las molestas plantaciones. No hay forma alguna de pasar sin pasar por ella. La soja es como el aire. Aunque vayas del colegio a tu casa, hay (inevitablemente) aire entre medio. Aquí, además de aire, hay soja entremedio. Te esconde el follaje pero tb esconde otras cosas. El que te sigue, te sigue desde hace rato.

Si la bala te acierta, casualmente, casi sin querer, perdés la mochila
Si la bala te acierta, será porque te buscó.


En cambio yo leeré la muerte de dos personas, totalmente distintas y totalmente desconocidas, en la sección de policiales. 

jueves, 14 de noviembre de 2013

Los evangelistas

El mundo lleno de evangelistas está
Del cielo y del infierno, vienen
De todos los puntos de la brújula, vienen
con sus panfletos prefabricados, vienen
A tomarte el examen final, vienen

A sacarte de tu letargo, vienen
A enseñarte el camino, vienen
A sacarte de tu diferencia, vienen

Cambian dios por belsebú
y en el fondo lo mismo da
trocan anillos por pasaporte a la libertad
y la arrogancia es la misma

lunes, 11 de noviembre de 2013

Oralidades (II)


Se sabía todas las palabras. Todas. Desde las más extensas, a las más cortitas, desde las más onomatopéyicas, a las nacidas de los saberes más elaborados.  Se le deslizaban las palabras por la boca, como se desliza el agua en las manos de un niño, o la arena en los relojes de antaño. Se le escurrían las palabras, dulces, amargas,  sensuales,  molestas,  chocantes, de todas las maneras. Pero lo cierto es que se le escurrían. Algo tenía su peculiar manejo del lenguaje a tan temprana edad, que lo hacían un vasto conocedor de diccionarios y expresiones en lengua española.

Las más brillantes y sutiles escaramuzas podían ser por siempre reinventadas en ese español aparentemente inacabable, porque se supone que las palabras nunca se acaban. Y si estas no mueren, tampoco mueren las excusas.

Prefería los exámenes orales. Se vanagloriaba sin problema alguno de su asombrosa capacidad para componer frases e ideas. No me gusta escribir, me gusta hablar, le dijo al profesor, el día en que éste, le pidió que redacte los aspectos centrales de su exposición oral, luego de la clase de historia. Su programa de radio tuvo más éxito en AM que en FM. En esta última, fue perdiendo rápidamente el raiting. En la fatiga de la cotidianeidad hasta el hastío, la gente común prefiere abstraerse con un playlist, antes que con los discursos de un charlatán.

En la mesa familiar, pasó de ser un hecho curioso y divertido, a ser ese pariente molestoso, que todos fingían querer.

Fulminó las hojas del libro de disciplina del colegio, en el ritual inconmensurable de firmar por sus malas acciones todos los días. El profesor de filosofía, a partir de ese hecho eternamente reiterado, usaba el ejemplo del compañero hablador, para que el resto de la clase se hiciera idea sobre Kant y sus obsesiones ritualistas.

De adulto, desmintió un viejo y falso mito sobre las mujeres y su insistencia en hablar durante el sexo. Más de una le tiró un almohadonazo para que se calle.

Fue, en grado superlativo, un abuso del hablante insomne.

Pero un día el extraño hombre se levantó sin emitir palabras.

Dolor de garganta, amigdalitis, cansancio. Muchas hipótesis se hicieron. Algunos incluso atinaron a suponer que no se le acabaron las palabras, pero si las ganas de hablar, o tal vez los argumentos para hacerlo. Uno no puede andar vomitando palabras porque sí. Debe haber una lógica tras las mismas, una idea o matriz de idea. Tal vez seguía teniendo palabras, pero nada más que decir.


El hombre, taciturno, se limita ahora a mirar a los reunidos a su alrededor. Recoge una taza de café, se abriga porque tiene frío, hace como que no se percata de la presencia de todos los que lo miran con asombro, y se recuesta en su sofá preferido. Dejó de hablar a todos, pero todos hablaron sobre él y su particular caso, hasta mucho tiempo después de su muerte.

El coleccionista de huesos

Era el nombre de una película medio de acción, medio de terror. Recuerda que luego de verla en el cine, por un buen tiempo tuvo miedo a los taxistas y sus autos amarillos. Recuerda que se subió a un taxi por primera vez, recién a las 19 años, ya no por el trauma, sino porque antes no se habría presentado necesidad de hacerlo. En fin.

Pensó en el coleccionista de huesos solo un momento.  El interés se le desvió (nuevamente) en una noticia mucho más fascinante. Subió el volumen de su nuevo televisor plasma (debía dos meses y medio de alquiler y temía al posible desalojo, pero no podía pegarse el lujo de seguir viviendo una vida sin TV Plasma), volvió al canal anterior, y con toda la disposición del mundo, escuchó las declaraciones del noticiero. Toda su vida, habría soñado con cumplir odisea similar a la narrada por el entrevistado. De chico, el abuelo alimentó la curiosidad de esos ojos grandes y marrones con historias de tesoros escondidos. Le enseñó, solo como los abuelos saben enseñar, la historia de la patria a pedazos, los pedazos que sólo ellos recuerdan. Y este pedazo, se dividía a su vez en pedacitos más pequeños. El tesoro escondido era parte de ese pedacito más interesante. Rápidamente, el niño olvidó las batallas, la sangre derramada, las mujeres abnegadas, las figuras protagónicas… y toda su atención fue para el tesoro. Juró para sí, como los niños saben jurar, que alguna vez encontraría ese tesoro.

Pero alguien se le adelantó. Y peor aún, salió en la tele. La primicia no era suya. El estrellato, volvía a ser una cosa con la que simplemente soñaba, algo reservado a las estrellas de los realitys, a los artistas de televisión. El pedacito de historia de su abuelo, se conjugaba con otro pedacito de historia, el contado por la abuela. El tesoro era como una pieza (una sola) de un gran rompecabezas, y se complementaba con la existencia de otro pedacito de historia. AL tesoro resguardaban los espíritus, los famosos poras. Y pedacito con pedacito hacían un pedazo mediano. Mediano como la mayor parte de las cosas de su vida, que no eran ni pocas, ni mucho menos, muchas.
* * *
Sintió rabia y volvió a cambiar de canal. Sencillo. El zapping, su mayor diversión.  En el otro noticiero, un reportero medio histriónico y con fama de antisocial, hablaba sobre otro hombre. Un señor viejo que recolectaba huesos y hablaba de otro pedacito de la historia que como todo en su vida (ya otra vez) conocía a medias. A su abuelo le brillaban los ojos y se le escapaba una leve, e inentendible sonrisa cada vez que ese pedacito de historia salía en una conversación casual. La abuela simplemente callaba. El nieto nunca llegó a entender la ambigüedad en esa sonrisita apenas perceptible. Pero si logró entender, a temprana edad, que esa y muchas otras cosas de los pedacitos de historia de sus abuelos, era ambiguo.
Miro la tele un rato y luego cambió de canal. Poco le importaba la labor de recolección de huesos de un señor de apellido gutural. Era mejor desenterrar tesoros y cosas que brillan debajo de la tierra.


¿A quien le importa?, dijo mientras buscaba su programa de chismes de la tarde. Es solo un coleccionista de huesos.

Oralidades (I)

El pez cae por la boca. Lo supo-sin ser consciente de su saber- desde mucho antes de poder emitir una opinión formal. Lo supo desde el instinto primitivo de los que abren la boca para tomar la teta. Ese saber sin educación formal, saber del cuerpo antes que de la racionalidad, el saber de la supervivencia. Caemos con las cosas que nos llevamos a la boca, pensó tiempo después, cuando ya hacía uso de sus facultades cognitivas de adulto. No nos llevamos el mundo por delante, sino que nos llevamos el mundo a la boca. Esa fijación oral, producto de siglos y siglos de evolución, se trasladaría mucho después a una de sus prácticas favoritas. El sexo oral. Algo tenía la oralidad del acto que lo hacía mucho más interesante que el rictus de la penetración. Se volvió (como le gusta decir) un Phd en sexo oral. Y sin distinción de morales orientales u occidentales, singulares, dobles o triples, se lanzó a la aventura de la experimentación. Un vale todo, como le gustaba decir.

Cría cuervos y te comerán los ojos, decía un amigo suyo y principal financista de sus aventuras. El pago por los placeres de la carne era un oficio tan antiguo, que nuestro protagonista no sintió la más mínima vergüenza al sumirse en el negocio. Si el magister tiene más posibilidades de ingreso que el licenciado, ni hablemos de nuestro Phd, que fue escalando en los círculos concéntricos del negocio de los placeres, hasta llegar a la elite. La torre de babel de los placeres era algo parecido a la pirámide de las clases sociales. La base bien ancha y poco para muchos, los del medio, felices e hipócritas, y los de la cúspide, patética e innecesariamente ostentosos, con un manual de prácticas sexuales inentendibles y ridículamente sofisticadas.
En la creme de la elite, en el lujo del lujo, nuestro Phd se topa con los caprichos de señores feudales. Un conocido diputado nacional del partido en el gobierno, es su principal cliente. De hecho, la clase política era la que más pedía por él. El trueque burdo, fue un simple cargo en Justicia Electoral para su hermana, y claro está, la paga por el honrado servicio. La lengua que contenía las palabras, las palabras que contenían las ideas, las ideas que se hacían ideologías. Todo el complejo arte de la construcción del pensamiento era articulado a partir de esa oralidad, de esa lengua-órgano, que ahora, sumida en su trabajo, poco le importaba pasar por las exigencias de conservadores, demócratas, liberales o socialistas. Ni que decir de la Iglesia. Algo no entendía nuestro Phd de la clase política criolla local. La inentendible necesidad de experimentar placeres en conjunto y por ello, acabar conspirando en conjunto.

El pez cae por la boca, le dijo al cura párroco, el día en que este osó en tocar a su hermana.

El pez cae por la boca, le dijo al senador demócrata, el día en que este quebró el banco, y en represalia, Phd quebró su reputación.

El pez cae por la boca y ustedes saben, dijo al concejal liberal y al socialista, y besó a ambos en señal de complicidad (no sabemos si de Phd hacia ellos, o de ellos entre si)

Cuando el diputado conservador del partido del gobierno vio sus fotos en el diario de mayor circulación de la república, no dudó en cuestionar a Phd. Este, cruzado de brazos y sonrojádose levemente, atinó a reírse en su cara y decirle que el pez, solamente cae por la boca.


Días antes, el flamante diputado habría protagonizado un flamante discurso de los tan comunes en el país. Ni su flamante Dios, ni la patria ni su flamante familia, podrían salvarlo ahora de la flamante vergüenza.

Mapa

Mapa

Para saber lo que te va a pasar a partir de ahora, tenéis que encontrar la brújula que está en el bolsillo azul, pero el bolsillo azul es parte de una camisa que está en el ropero gigante que lleva varios días llaveado porque la llave se quedó en la casa abandonada, cuya dirección solo se encuentra en la página número 435 del libro que presté la semana pasada a uno de mis estudiantes, que accidentalmente lo dejo en el parque. Ese libro para colmo era robado de la biblioteca de mi ex colegio y yo ya me recibí del secundario hace siete años. Capaz el libro ya volvió a su lugar y vas a tener que ir a mirar el inventario, pero solo te atienden los lunes de 13 a 15 hs, el problema principal radica en que la bibliotecaria que era mi amiga se jubiló el año pasado y vive pasando el puente feo ese que hizo la municipalidad y que se cayó con la tormenta del sábado, o sea, no hay-hasta nuevo aviso- forma de llegar hoy a la casa de la bibliotecaria para que te dé el inventario, para que veas si el libro ya volvió sobre sus pasos y retorno a su estante, para que encuentres la dirección escondida en la página numero 435 (entre paréntesis, la dirección esta subrayada, porque es parte de la historia del libro) para que una vez que tengas la dirección, cojas el mapa, llegues hasta la casa abandonada, encuentres la llave vieja, de ahi vayas hasta el ropero, abras el mismo y encuentres el bolsillo azul que tiene la brújula. Ojala ande todavía la pila, porque osino, sonaste.

Pyrague



Laura le cortó las ganas a Carlos, quien le cortó el teléfono a celeste (la otra), quien se cortó el pelo semanas después para parecer más atractiva y ganarse la confianza de su amigo, cosa que no le funciono, razón por la cual le cortó el rostro, pero el tipo ni se sintió aludido, porque había cortado con Laura días después de que está no se lo quiso curtir… el susodicho hombre decidió cortar su relación de tantos años porque sentía que el pedazo más grande de esa gran torta a la que llaman amor, ya no lo cortaban los dos, sino ella sola (laura). Entonces, mejor cortarse el, o que se corte ella o los dos a la vez. Por eso, el día que decidió cortar su relación, también se cortó la barba a suerte de cábala porque la humanidad lleva tanto tiempo cortando papel de los árboles para escribir historias sobre cábala y buena suerte y la gente se lo cree todo. Ni aunque te cortes la barba o el pene, tendrás más éxito o fracaso con una mujer, le dijo su amigo, un conocido de infancia que venía ya largo tiempo aconsejándolo. Lo cierto es que este amigo también aconsejaba a Laura, la cual no solo se había comido y no cortado las uñas desde que su novio lo dejo, sino q también estaba con todo ese cuento de cortarse las venas, cosa que el amigo en común tomaba como un caso muy serio. Le dijo que ella de la merca lo que se tenía que cortar, porque o sino iba a terminar mal. Y LAURA agarro unas tijeras y empezó a cortar avisos de periódicos buscando trabajo, porque asumió que así lo que iba a sentir mejor. Mejor cortar por lo sano, pero hasta cierto punto, le dijo después a su diler, que esa misma tarde se cortó el mentón en el calabozo de una comisaria porque cayó en cana, por la sencilla razón de que jamás cortaron la legua a este narrador omnisciente que todo lo ve y todo lo cuenta

Sopa de letras



Sopa de letras es lo que tengo en la cabeza cada vez que se juntan las tareas del trabajo y la maestría, cada vez que se juntan mis dos hermanas y mi madre para hablar de política, cada vez que mezclamos azúcar con edulcorante para endulzar un jugo de limón que no se deja endulzar, cada vez que su acidez se pasea por mi lengua y siento que esa acides es la misma que recorre todos los días la esencia de mis palabras- Sopa de letras son las hormigas acosando los restos de comida en la cocina, son los garabatos inentendibles grafiteados en la parte de atrás de un viejo cuaderno de estudios en medio de una borrachera, luego de verte por quinta vez con tu nueva novia y todavía no poder asumir lo que vos guau ya asumiste, sopa de letras pueden ser las estrellas del cielo vistas desde la nitidez producto de un corte de luz de la ANDE en enero, o los jeroglíficos que mi sobrina esculpe con su sabiduría ancestral de niña de 2 años. Sopa de letras no es el libelo acusatorio del juicio político del pasado junio, sopa de letras no es lo que completamos en los diarios, ni lo que damos a los niños como forma de ejercicio en los pre grados del colegio. Sopa de letras no son tus rulos en la palma de mi mano, pero si las tizas viejas guardadas en el guardapolvo,