Quizás los pasajes más oscuros estaban escritos en esa falsa expectativa que Asterión construía con cada nuevo encuentro. En la dinámica de su juego perverso, el de jugar a tener a otros cerca, otros Asteriones que lo visitaban y buscaban conocer las galerías de su laberinto. “Si el laberinto es sólo tuyo, también son sólo tuyas las visitas”, pensó más de una vez, en esos escasos pero contundentes ataques de racionalidad que cada tanto le daban. Su locura, la de un ser solitario, cada tanto se apagaba o parecía ser como los pequeños y casi imperceptibles huecos de una telaraña, blanca y delgada, que permite al viento filtrarse. Si la racionalidad se filtra entre el tejido (como rayo de luz), Asterión frunce el ceño y se percata de lo irónico de soñar encuentros cuando se está solo, cuando los otros verdaderamente no existen.
Pero los sueña, los sueña con pasión desbordante. Cada tanto
espera y sus expectativas varían en la medida en que imagina nuevas formas y vínculos
para con sus visitantes, igualmente imaginarios. Imagina también nuevos
visitantes, a modo de no aburrirse con las compañías de siempre. Le gusta
variar.
Es la expectativa lo que lo mata. Más que el certero golpe final de Teseo, es esa expectativa (que lo sonroja a veces, echar lágrimas otras, o hasta estallar en goces solitarios creyendo que alguien finalmente lo acompaña y goza con él) lo que acaba fulminando su fuerza, su tozudez. Cuando Teseo finalmente llega, el Minotauro ya no tiene más animo sobre el cual rebuscar energías o posibilidades.
Quizás es esa expectativa laque también nos mata a nosotros,
los otros. Desde ponerse la camiseta hasta sacarse el vestido, lo irónico de
actos que parecen contradictorios, tienen de por si un origen común: “jugar a
la expectativa”. El que se pone la
camiseta se come y compra el discurso, se la juega por el sueño, da todo de si
para lograr sus objetivos. Grande es su caída, como la de los niños cuando
aprenden a caminar. Pero lo que más golpea, no es la distancia de la nariz al
piso. Es esa fractura abstracta, casi metafísica, de sentir como la expectativa
es un cuchillo que clava o un espectro que fácilmente se transforma en desilusión.
Una mujer se saca el vestido esperando repetir un encuentro que no se repite.
Los juegos de placer y la expectativa del afecto no tienen leyes eternas o
seguras como la física de los rayos o la gravedad. Un buen encuentro no se
repite porque uno lo quiera o porque deba. Un buen encuentro puede nunca volver
a ser. O serlo desde una lógica y patrones inconcebibles para la absurda expectativa
humana. El que se pone la camiseta y la que se saca el vestido ni se conocen.
Tampoco conocen a Asterión. Pero los tres hacen la triada perfecta para
ilustrar los bordes de la estupidez humana. Un ejemplo práctico de lo que la expectativa
hace de todos nosotros.
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