Por favor no insista. Esta ciudad tiene ojos por todas
partes. Poco certero es su afán de meter los cuernos de forma sistemática en
una aldea pequeña, que todo lo ve y todo lo oye. No busque los bares. Los
moteles, aquel extraño corporativo para el amor y el desamor, es recomendable
sólo a determinadas horas y en determinados sitios. No dilapide su dinero en
una empresa que puede fracasar. Sepa bien que un buen plato de comida gratis,
es siempre más rico.
Busque tal vez, las esquinas concupiscentes de los barrios
antiguos. Sondee el sendero que conduce a los barrios pobres o tal vez, la
desmemoria de los barrios añejados en la rivera. Mójese los pies (ya que tiene
bien mojadas otras partes del cuerpo) a orillas de ese estrecho pasaje azul que
divide la mitad del país y que con su cause tranquilo, abraza la ciudad. No le
tema a la noche del rio, es mentira lo que dicen los informativos sobre la
inseguridad y los asaltos. Salvo que tema perder el corazón en uno de sus
clásicos encuentros furtivos.
Ya le dije que evite las zonas comerciales?
Evite las calles cercanas
a su casa. Decenas de ojos al ataque, como pirañas, lo observan (aunque
usted no sea consiente) desde las sillas de las despensas. No hay servicio de
inteligencia que se compare al registro sistemático de los almaceneros de
barrio. Olvídese de la CIA, el espionaje virtual. Yo le hablo de vigilancia en
serio.
Desista de las plazas, como así también, de los domicilios
particulares de cada uno de los involucrados. El sexo discreto y seguro en la
propia cama del amante, es un acto de fe tan ingenuo como la fe misma.
No dude de que en algún momento, más temprano que tarde,
será descubierto. Y la seguidilla de murmullos llegará, de la forma más
dolorosa posible, a la persona afectada (léase, la pareja traicionada). Por
favor, no se haga el pelotudo. Esta ciudad, le repito, todo lo ve y todo lo oye.
Pero más aún, todo lo juzga, todo lo sanciona. Será usted ejemplo de
escaramiento público.
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