domingo, 24 de abril de 2016

pdp: Babilonia



Salvador é uma babilonia, meu bem, afirmó mientras prendia un cigarrillo y tomaba agua de coco. La melena la llevaba enmaranhada e iba descalzo. Hablaba por celular con uno de sus amigos y se quejaba de la cantidad de gente clase media que fue a ver el JAM de Jazz en el Museo de Arte Moderno.  Saca otro cigarrillo de tabaco, armado con papel de arroz (pensé que era un cigarro de marihuana). Me ofrece una pitada. Lo fumo y me desilusiono. Me cuenta que vivió en Paris, otra Babilonia pero universal. Según dice, Salvador es muy localista. Estando dentro, sólo se respira Salvador. Es como estar en un lugar demasiado particular y específico, donde el resto del mundo desaparece. Yo le creo.

La Babilonia de pasillos oscuros y gente colorida me ha hablado en diversas lenguas, a veces hasta sin palabras. He cambiado mi lengua materna e intercambiado lenguas con otros extranjeros. He transado con los locales de la ciudad, he sido vacunada al llegar (literal y poéticamente). He sistematizado los códigos del cortejo soteropolitano. Me queme la piel, me caí de la ladeira. Transformé mi cuerpo, esperando por inercia la transformación de mis ideas. Tambien sufrí en la Babilonia. Sufrí porque nadie me conocía en ella. Y el dolor del anonimato era similar al producido cuando abrís los ojos en el mar.

Nadie me amó en la Babilonia de eternos atardeceres. Sus dioses me advirtieron desde el vuelo de salida que no era bienvenida para morar aquí. Y como a mí no me bastaba con cagarme en la gente, me cagué en los dioses de una tierra terriblemente hostil, lascivamente violenta, sexualmente hermosa e infernal. .

El placer de este punto del trópico tiene algo de sadomaso, pienso horas después de salir del Museo, mientras enfrento mi cuerpo al de un golosal gladiador, nacido y malcriado en esta ciudad.

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