lunes, 29 de diciembre de 2008

MI enfermedad

Picara enferma, enferma de amor
Le dijo a su mamá que le llame a un doctor
Y el doctor le puso la mano “ahí”
Y Picara le dijo¡
Ahí me gusta a mí!

Los fantasmas de Margarita Bertram eran particularmente terribles, sobre todo de noche. Tenían esa habitual mezcla de cosas reales y mitologías auto inventadas que la ponían con los nervios de punta. A veces gritaba en las negras noches de celda fría, cuando las compañeras se iban a fumar al patio del mango y la dejaban sola con sus locuras. Algunas aducían esos síntomas a los males propios de la guerrilla, que algún trastorno debieron de dejarle. Lo cierto es que ellas no sabían la verdad, salvo Esther, que había oido las confesiones de Margarita una tarde de lunes, cuando se sentaron a tomar tereré a causa del maldito calor.
- Yo sufro pesadillas constantes. Es un mal patológico
Sin embargo nunca se lo comentó al resto de las compañeras, pues pensó que estas no irían a creérselo, porque la veían como a una eterna arma-kilombos, trastocada por la necesidad inminente de hacer mal
Pero esa noche, las pesadillas fueron más terribles que de costumbre. Se le dio por tener fiebre, y muy alta… tanto que una de las compañeras llamó al médico del Buen Pastor para que pase a atenderla.
Entre las sombras del sueño y la realidad, Margarita vio a sus compañeras de celda, Esther y Mirtha pasearse de un lado, con la mirada nerviosa y los dientes apretados. Vio también la extraña figura de un médico, y no pudo saber si este era producto de sus desvaríos o realmente era un ser fuera de si misma. Lo vio con la barba mitad roja mitad canosa y los ojos negros de arduo estudio. Se parecía mucho a un fantasma pasado, una de esas cosas que nuca terminaba de sacar de la caja.


El médico de ese entonces llegó e instaló sus cosas. Tan solo le dieron una piecita para estar, pero el ya estaba más que acostumbrado a la precariedad de los catres, puesto que la profesión así se lo exigía. Había olvidado la buena vida burguesa con los libros de medicina, cuando el juramento de Hipócrates le puso la piel de gallina, luego de seis años de quemarse las pestañas, rechazar mujeres y volverse abstemio. Todo eso para jurar frente a Apolo y llegar hasta esa pieza, esa misma pieza que se repetía eternamente a lo largo de la geografía terrestre. Siempre tenía que encontraste con ella para encontrarse a el mismo. Era estrictamente necesario.
Al llegar se descalzó. Era esa, su única manera de sentirse en casa. Ordenó sus libros y materiales, para finalmente tenderse a dormir la siesta por un rato. Calculó que se despertaría trascurridos 90 minutos, tomaría una ducha en el bañito de madera y daría un paseo por el pueblo, para conocer a la gente.
Al ser de alma metódica, lo hizo todo al pie de la letra. Al pasearse por el pueblo, la gente lo saludaba con la habitual sonrisa del pueblerino amable. La palabra medicina se le leía en la frente, y por ello no fue necesario presentarse, la gente ya lo sabía.
Su primera paciente fue una muchacha con principios de neumonía. Una maestra de letras, acostumbrada a romperse la garganta con sus métodos de enseñanza un tanto apasionados.
Pero el ya la conocía de antes, y el hecho de volver a verla-ahora en tierras de San Pedro- no lo preocupó. De alguna manera, las cortas dimensiones de Paraguay se lo habían augurado tiempo atrás, cuando en medio de confusiones y malestares, se discutieron hasta el hartazgo en aquella lejana conversación de pareja. La idea de un olvido eterno no existida, porque a diferencia de sus otras relaciones, la establecida con Margarita era extrañamente diferente. El no la mató de raíz, ni utilizó su bien habida técnica revolucionaria contra lo amores de juventud para con ella. Más bien fue una despedida gradual, un cada vez llamarla menos, hasta que la mujer insistente, bajó los brazos. Incluso el, con su fama auto inventada de gallardo, no tuvo valor para cortar la línea de esa historia, pero si para cerrar los ojos de vez en cuando.Aunque los encuentros, como dijimos, eran inevitables. Las esquinas de Asunción sabíoan yuxtaponer los pasos de Margarita con los suyos propios de forma tan eficiente, que el cursillo de medicina le quedaba a una cuadra del habitual trabajo de ella. Así también, le fue imposible no cruzarse con su ex novia en alguna marcha por el boleto estudiantil, uno de esos eventos en donde uno cree que hace algo importante sin ser más que un número en las ecuaciones de la multitud abucheadora. Podía esconderse para no saludarla.Luego de recibidos, las posibilidades se reducían. El en sanatorios, ella en salas de clase. El se hizo misógino, ella tuvo otros hombres, avances o retrocesos de una mujer habilidosa con las letras pero mala con los del sexo opuesto. Supo por boca de un soplón que ya poca trascendencia tenían para ella las relaciones y que se había hecho educadora popular, tal cual su sueño, a la par en que el ex suegrito se despedía de sus quimeras de una jubilación acomodada porque la hija no iría a pagarle los favores de una vida burguesa.
Y la volvía a encontrar ahora, tendida en una cama, como tantas otras veces en las que el hoy ausente verbo amor se había impuesto entre sus personas. La curó, porque era ese su deber. Ella no profirió queja alguna, pero en la mirada se le notaba la leve sorpresa por el encuentro.
Le tocaba el turno a la mutua sensibilidad social, más al cúmulo de casualidades, a fin de ser estos los elemento contundentes de unión para el encuentro. Luego de tantos años, Agustín Benítez, médico egresado de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Asunción, tendría la revancha para refutar las posturas de aquella mujer construida a los golpes. Enseguida notó que Margarita había dejado de ser la dócil muchacha de las asentidas, para trasformarse en la de las acometidas. Esto le gustó, porque el era arrogante y amaba los desafíos. No se resistió a un mano a mano dialéctico, a la par en que el mate de la madrugada juntaba-o mejor dicho, rejuntada-a dos vidas, a dos amigos.
Margarita por su lado, comprobó con cierta alegría irónica la trasformación de Agustín. Aquella terrible fijación de adolescencia que este tenía con las míticas figuras revolucionarias de Latinoamérica, había llegado hasta sus últimas consecuencias, haciendo de Agustín un médico Ad Honoren.
Pero el pasado era un inquisidor, y las circunstancias se daban para revolver el hilo de las acciones. Un día se miraron las caras de forma agresiva mientras llovía, y casi al simultáneo, se cuestionaron por los errores del pasado; mientras que a lo lejos, Don Cano cavaba una tumba para Dogui, el perrito de su hija Helena, a fin de darla santa sepultura. Margarita pensó en cargar con el cadáver de aquella historia y enterrarla junto a Dogui, para que así el perro no se escape de su casa en la otra vida. Pero Agustín pensaba que los perros en el cielo, debían ser un tanto más independientes-Esa discusión, fue como una espina inteligente que sabría clavar en los momentos idóneos. Ya no podían hacer nada, ambos estaban en San Pedro para cumplir una misión Por ello fue que abandonaron su plan inicial de indiferencia, y el trato en principio obligatorio, aprendió a ceder, transformándose en voluntad de los dos, mientras el tiempo se hacía notar y los juntaba de a poco en sus regresiones mentales de amor, promesas y entregas pasadas. Así pasaron cinco meses.

- Dame agua, Agustín-le exigió Margarita al médico barba roja- Tengo sed
Mirtha sonrió abiertamente, al ver a su compañera de celda exigir servicios a un hombre. Su espíritu feminista se regocijaba con ese tipo de cosas.
- Esperá que te revise bien y después tomás el agua.- le respondió
- ¡Vos nunca me hacés caso, carajo!- susurró con el seño fruncido
El doctor asintió despacio, a la par en que comprobaba sus primeras hipótesis. Histeria, hipertensión, violencia. Además de eso. Estaba muy débilLas debilidades se hacían necesidades, tanto que una noche, Margarita organizó una peña y juntó a todos los niños del pueblo. Los sentó a los pies de una gran hoguera y se puso a contar historias y leer cuentos. Para Agustín, era esa la muestra máxima de su belleza, porque el veía en ese acto, la consagración de una entrega al poderoso ideal que los había unido de jóvenes. Nunca supo si la iniciativa respondía al auténtico deseo de narrar historias una noche de sábado, o si cierto afán maquiavélico obligó a Margarita a seducirlo de la manera menos convencional, pero más efectiva… tal cual ella sabía que iría a seducirlo.
Los acontecimientos de aquella noche no responden a principios racionales propios de una clase de ética o aritmética. Tan solo la concupiscencia marca tarjeta de entrada a la par en que Margarita Bertrán se escabulle por los pasillos del recinto reservado para los médicos, hasta llegar a los consagrados aposentos de adobe y zinc de Agustín. Esto le pareció gracioso, se sentía casi como estudiante de secundaria, huyendo del control de la guardia nocturna para encontrarse con un hombre. Totalmente infantil.
Se acostaron en la cama. Ella lo vio cansado y pensó que iría a quedarse dormido. Por ello, le aconsejó que se saque los zapatos antes. El otro, como de costumbre y no aceptando la idea de que una mujer lo dirija (sobre todo si era una de esas mujeres-literatas) gruñó un par de veces a la par en que se desataba los primeros cordones. Despojarse de los zapatos le resulto extrañamente maravilloso. Al hacerlo, recordó las muchas veces en que se los había sacado junto a ella, al igual que esas muchas otras cosas que uno se saca cuando tiene la manía de hacer la guerra con soldados desnudos. Toda su vida había sido encarada como una revolución porque el así lo quiso, y teóricamente había llegado al punto en que todo estaba hecho… o al en base. Ya era médico y la leyenda iba en camino, garantizando su eternidad para las próximas crónicas de pasado. Ya el transcurrir de los años se le notaba en los ojos negros y en la barba gris-que a pesar de la lluvia canosa del tiempo, aún tenia ese curioso color naranja/rojizo-Ella por su lado, conservaba la melena larga con la que la había conocido. Parecía que el peluquero se tomó las vacaciones largas, o tal vez las ideas le crecían a la par del pelo, de modo tal que cortarse la melena, era equivalente a eliminar el fluir de su torrente de ideas.
- ¡Sácate los zapatos para dormir!- le repitió, simulando un regaño.De pronto no se sintió tan valiente. Aquella maestra de Asunción a la que había abandonado tiempo atrás, sabía las tácticas y estrategias idóneas para ponerlo nervioso e incluso, para asustarlo. Llevaban años sin dormir juntos, pero eso ya no importaba luego de cinco meses de pasárselas hablando todas las madrugadas junto a la tumba de Dogui y con el mate en las manos.- Buenas noches…-le dijo el, en su pésimo simulacro de desinterés
Entraba bien un cigarrillo, pero no lo tenía. Le volvían los viejos vicios, porque en definitiva, todo lo que se va, regresa, y Margarita estaba una vez más, tendida junto a el. Le fue imposible no desear entonces, aferrarse a ella, le fue inconcebible no concluir que estaba loco, que siempre lo había estado, marcado por el sueño de revolucionarlo todo, porque en el fondo, era más factible pintarle al mundo una nueva estructura metafísica, antes de forjarse el, un nuevo espíritu. Se supo de pronto torturado por viejos demonios, que esa noche tomaban forma y rostro de mujer, de rostro de Margarita. Ella había sido, finalmente maravillosa
Se tomó licencia para analizar todo esto, mientras se llevaba ambas manos a la cabeza
- ¿Vos ya dormís?- preguntó
- No… ¿Por qué?
- Porque me estira tomar mate antes de dormir.
- ¡Y andá prepará!
El esperaba que Margarita lo hiciera, pero en el fondo la conocía tan bien y sabía que ella jamás se levantaría de la cama para hacerle ese tipo de cosas. Era buena y cariñosa para las palabras, pero no para la cocina.
El mate caliente le dio ganas de hablar. Sacó de entre su estante de libros, su gastada “Biblia” sudamericana y empezó a leerla con la esperanza de que su ex compañera de riesgos lo oyese. Finalmente, esta lo oyó a partir de la 5ta página de lectura veloz y no pudo evitar la sonrisa.
- Lectura de facultad- le dijo a la par de un bostezo largo- Si ya te leíste como cinco veces a Galeano y Las venas abiertas.... ¿Qué no te cansa?

- Sufrís de alucinaciones, Margarita- le dijo el médico, trascurrida una hora y media de análisis, pruebas y demás yerbas.
Ella no omitió comentario alguno. En el fondo le molestaba que el simulase sorpresa ante su mal patológico, siendo que de antemano lo sabía. Lo supo desde aquel primer día en que durmieron juntos y ella tuvo uno de esos ataques extraños en donde las sombras de un cuarto asunceno simulaban ser para su cabeza, una sala de confesionario con sádicos y excéntricos planificando nuevas técnicas de tortura. Entonces, se le secaba la boca y pedía agua, mientras las manos y torso le temblaban con cierta disciplina calculada. Y esa realidad no cambiaba por estar en la cárcel
- ¡Déjame!-le ordenó la mujer nerviosa, mientras este le levantaba la blusa, para aplicarle una inyección.
- Dame solo un minuto y después me alejo pa` que duermas bien.-le aclaró su interlocutor.

Pero en vano, porque a medida que se estrechaban los cuerpos, se iban estrechando también los años que quedaron bajo las escaleras de la facultad, o hasta disecados en el viejo florero de la mamá de Margarita. Reminiscencia es una palabra con más de cinco sílabas cuando los labios de esos tontos adultos con cabezas de niños se rozan, simulando esa inocencia de los primeros años. Reminiscencia tiene doce letras cuando sus manos se encuentran y a través de la experiencia empírica, ambos advierten en dar la razón a Platón, porque conocer, es simplemente recordar, Reminiscencia empieza con R mayúscula cuando el retoma viejos papales osados y auto impuestos, mientras le saca la blusa esa que es de colegiala y que aún continúa usándola con cierta devoción enfermiza. Por ende, reminiscencia también termina con una vocal cuando ella se suelta el pelo para exorcizar demonios. Y finalmente, reminiscencia es un arriero popular arrastrando una carreta de recuerdos viejos y nuevos, para comprobar que, efectivamente, ella estaba enferma.Margarita cargaba con todas esas cosas, la noche en que ella y Agustín volvieron sobre sus pasos. Para ella, fue algo simbólico el que aquel médico y viejo amor de juventud se las quitase una a una, ya que en el fondo, era como dar con la raíz del mal, en un simulacro por curarle los estigmas del espíritu golpeado, o al menos sacarle parte de los problemas junto con las ropas.Y era gracioso, porque en su delirio atroz, Margarita creyó vislumbrar un principio universal- de su propio universo- en donde para cada mal, Agustín Benítez tendría la cura idónea. Este sabría rastrearla hasta el fin del mundo y más allá de esos demonios de azufre que la asustaban en San Pedro, en las cárceles y en las habitaciones, con sus compañeras de celda, con sus otros amantes y con los otros médicos que buscaban inútilmente, la cura para su enfermedad.

2008, poco dsps el psiquiatra me dijo que le baje ritalina... todo mal gente!

1 comentario:

  1. Como onda en el agua me afectás, de mi centro viene y desde ahí va, tu alegría que es la mía y se presenta sorpresiva a más de ser reiterativa.

    Como eco en una habitación me afectás, escucho cuando callás las palabras valientes sobre temas exigentes, consignas de amantes.

    Como haz por lo traslúcido me afectás, alumbrás la visibilidad hacia el punto cardinal que se me ocurra mirar, ilimitás la vista.

    Amor de siempre, amor de tiempo.

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