Cómo será mi redentor? le pregunta con los ojos empapados en lágrimas la mujer golpeada al hombre corpulento que la acaba de abofetear. Es una pregunta lógica para momentos de crisis. Han pasado 6 años, cuatro meses, ocho días, catorce horas y 57 minutos desde su primer encuentro formal. Un hijo de por medio, dos demandas irresueltas para la justicia del país latinoamericano, cuatro casos graves. Se supone que el redentor redime, se supone que las culpas se expropian, como se expropia la tierra, como se expropia la culpa con el diesmo. Cómo será? Cómo será? Cómo será mi redentor?
Será un toro? Se pregunta la frenética adolescente que
aprende a conocer su sexo en medio de pudores impuestos, sin terminar de
entender el castigo o el placer de la cruz que se inserta, con lo más hondo de
su occidentalismo, para dejarla ajada.
Se mira las manos llenas de esa angustia gelatinosa y transparente. El tren
de la culpa la saluda, mientras la esperanza del redentor adquiere carácter de
profecía futura.
Será un toro o un hombre?
Un toro con cara de hombre es lo que la golpea con toda la
fuerza del miedo. Las pupilas se dilatan mientras la pequeña mira sin ver.
Presa del miedo, se esconde bajo las sábanas. El castigo es un toro con cara de
hombre, la familiaridad aparente del rostro humano, con toda la potencia del
medo, de la violencia que se impone para hacer del castigo, lección.
O será como yo?
Ajada, golpeada, temerosa. La pregunta se repite varias
veces en un solo cuerpo, en distintos momentos, a tres voces, o quizás más. Hay
como una suerte de eco en la pregunta. Pero solo la pregunta tiene eco. De
respuestas, hasta hoy sabemos poco.
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