Ser sin casa o sin tierra tiene algo de común en estos días, o algo en
común o ambas cosas para ambos. El sin casa no tiene casa, el sin tierra no
tiene tierra. Ciudad y campo son tan distintos. Pero en ambos casos habrá un
opuesto de la opulencia, una antítesis a la desgracia. Sin casa se paseará, errático,
hasta toparse con el lujo del lujo, el castillo amotinado de algún caserón
asunceno o un barrio cerrado. En cambio sin tierra se quemará los pies en la
arena, hasta sentir como los alambres de puas se incrustan en su piel. La
distancia de sin tierra hasta el siguiente pueblo es de miles de kilómetros, o ¿por
qué no decirlo? Miles de hectáreas malhabidas
Tanto en un caso como en otro, yo miraré las casas desde mi auto o las
estancias al salir de la ciudad. Y me limitaré a decir que ambas son grandes.
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