lunes, 11 de noviembre de 2013

Oralidades (I)

El pez cae por la boca. Lo supo-sin ser consciente de su saber- desde mucho antes de poder emitir una opinión formal. Lo supo desde el instinto primitivo de los que abren la boca para tomar la teta. Ese saber sin educación formal, saber del cuerpo antes que de la racionalidad, el saber de la supervivencia. Caemos con las cosas que nos llevamos a la boca, pensó tiempo después, cuando ya hacía uso de sus facultades cognitivas de adulto. No nos llevamos el mundo por delante, sino que nos llevamos el mundo a la boca. Esa fijación oral, producto de siglos y siglos de evolución, se trasladaría mucho después a una de sus prácticas favoritas. El sexo oral. Algo tenía la oralidad del acto que lo hacía mucho más interesante que el rictus de la penetración. Se volvió (como le gusta decir) un Phd en sexo oral. Y sin distinción de morales orientales u occidentales, singulares, dobles o triples, se lanzó a la aventura de la experimentación. Un vale todo, como le gustaba decir.

Cría cuervos y te comerán los ojos, decía un amigo suyo y principal financista de sus aventuras. El pago por los placeres de la carne era un oficio tan antiguo, que nuestro protagonista no sintió la más mínima vergüenza al sumirse en el negocio. Si el magister tiene más posibilidades de ingreso que el licenciado, ni hablemos de nuestro Phd, que fue escalando en los círculos concéntricos del negocio de los placeres, hasta llegar a la elite. La torre de babel de los placeres era algo parecido a la pirámide de las clases sociales. La base bien ancha y poco para muchos, los del medio, felices e hipócritas, y los de la cúspide, patética e innecesariamente ostentosos, con un manual de prácticas sexuales inentendibles y ridículamente sofisticadas.
En la creme de la elite, en el lujo del lujo, nuestro Phd se topa con los caprichos de señores feudales. Un conocido diputado nacional del partido en el gobierno, es su principal cliente. De hecho, la clase política era la que más pedía por él. El trueque burdo, fue un simple cargo en Justicia Electoral para su hermana, y claro está, la paga por el honrado servicio. La lengua que contenía las palabras, las palabras que contenían las ideas, las ideas que se hacían ideologías. Todo el complejo arte de la construcción del pensamiento era articulado a partir de esa oralidad, de esa lengua-órgano, que ahora, sumida en su trabajo, poco le importaba pasar por las exigencias de conservadores, demócratas, liberales o socialistas. Ni que decir de la Iglesia. Algo no entendía nuestro Phd de la clase política criolla local. La inentendible necesidad de experimentar placeres en conjunto y por ello, acabar conspirando en conjunto.

El pez cae por la boca, le dijo al cura párroco, el día en que este osó en tocar a su hermana.

El pez cae por la boca, le dijo al senador demócrata, el día en que este quebró el banco, y en represalia, Phd quebró su reputación.

El pez cae por la boca y ustedes saben, dijo al concejal liberal y al socialista, y besó a ambos en señal de complicidad (no sabemos si de Phd hacia ellos, o de ellos entre si)

Cuando el diputado conservador del partido del gobierno vio sus fotos en el diario de mayor circulación de la república, no dudó en cuestionar a Phd. Este, cruzado de brazos y sonrojádose levemente, atinó a reírse en su cara y decirle que el pez, solamente cae por la boca.


Días antes, el flamante diputado habría protagonizado un flamante discurso de los tan comunes en el país. Ni su flamante Dios, ni la patria ni su flamante familia, podrían salvarlo ahora de la flamante vergüenza.

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