martes, 13 de enero de 2009

La caja

- ¡No abras la caja!

Cada paso que des, cada latido del corazón vacilante, cada caricia que tus manos den al rostro taciturno que te contempla, silencioso, en el umbral. Y los pájaros del cielo y los peces del mar. Y los besos que silencian las palabras, y las estrofas del tan aclamado poema, junto con las notas de una carta cuyo remitente nunca jamás osará leerla, porque no le corresponde hacerlo. Muchas cartas se hicieron para no ser leídas nunca.
Es esta la locura que me late, la locura que comparto con pocos, la que me alimenta el atormentado espíritu, conduciéndome a la inevitable perdición. Y tan desorientada estoy que hasta en las calles de Asunción me pierdo, suburbio de suburbios, junto al tosco río, que espero, algún día arrastre mis miserias hasta la redención.
Y cada esquina de cada calle tiene un recuerdo agridulce. Si pasas por la casita rosada sobre Mcal. López y teniente Mcartur, te encuentras con la infancia ingenua de una niña que creía en hadas y brujas. No se si fueron ellos o fui yo misma la que se autoindujo la idea, pero desde pequeña viví fielmente convencida en que aquella casa rosada de estilo mitad gótico, mitad inglés, era propiedad de una maga, que yacía escondida tras las paredes de una casa en Villa Morra. Desde entonces, e incluso hasta ahora, sueño con entrar a la casa y encontrármela.

- ¡No abras la caja! ¡Te lo digo enserio!

Si sigues el caminito empedrado de Tnte. Mcartur, otras cajas se abren. No son de las temibles, por el contrario, son de las que te hacían sonreír cuando eras pequeña. La casa del tío Domingo, con su torre de libros- muy parecida a la de Rapunsel de los hermanos Grim-¿Por qué son tantos? ¿Será que alcanzó a leerlos todos? Pueden pasar 100 años, pero siempre te sorprenderán esos volúmenes de tan magna sabiduría.
o la vieja casa del ángel de la muerte, médico de nuestro ex tendotá-stroessner- El tan temido doctor nazi también tenía sus cajas personales, y eran estas, más atroces que las de cualquier otro ser humano. Dicen que nunca llegó a abrirlas, porque- como médico que era- fue plenamente conciente de los efectos secundarios que atestan a las mentes indiscretas que llaman al recuerdo.

¡Es la última vez que te advierto! ¡Dejá eso y venía acá!

Y las primeras lágrimas duelen. Y siguen doliendo. De no recordarlas, no dolerían. Si atraviesas el umbral de una pequeña pero noble iglesia, te encuentras ante un Cristo de madera, que te contempla y seguirá contemplándote siempre con los mismos ojos. Y no olvidas nunca esa tarde lluviosa en aquel mes turbio, en el que desesperada, acudiste a el. Y no olvidas a aquel sacerdote alemán, con la pinta esa de menona, hablándote de liturgia y teología, cuando simplemente vos querías que alguien oiga tu dolor y siente en un momento, lo que vos sentís. Lo que empezó siendo una simple confesión, acabó en un debate dogmático-místico innecesario, y enojada, exigiste al cura que te de la absolución. Prácticamente lo obligaste a que te bendiga. Luego de aquello, te echaste a llorar a los pies del cristo, de ese Cristo que si sabe cargar cruces, no como vos, porque la tuya te pesa demasiado, te sigue pesando cada vez que la recuerdas. Fue esa, tu verdadera confesión. Y es por eso que aprendiste a olvidar las cosas, porque como bien te dijeron alguna vez tus maestros, “lo que no dura se eterniza”.

-¡Por favor te pido! ¡No te lastimes más!

Y las tiernas palabras de amor que se dijeron una tarde. La fe compartida de dos humanos que aspiran a la humanidad. La certeza de creer lo increíble y probar, a base de besos y lágrimas, cuan equivocados estaban. Son los clavos que no se desclavan, cuales cuñas entrañables del escriba; las heridas que cicatrizan, pero no desaparecen.
Era necesario convertirse en otro. Dejar los santos y señas de la infancia, los códigos moralistas del ayer y zambullirse en otra realidad. Pero ¿Por qué zambullirse si ya estábamos dentro de la marea? Bastaba con tocar el agua para darse uno cuenta de que ya estaba con el culo hasta el fondo, inmiscuidos en asuntos nuevos y extraños.
Ya no se era lo mismo. Y aquellos meses habían arrastrado con todo lo conocido, dejándome en lo que para mi era, algo peor que la incertidumbre, peor que el desasosiego. Un punto muerto, en donde no se avanza, un presente estático sin novedades y atestado de cajas.
Aún te busco en las calles de Asunción. En las avenidas afestadas o en los edificios coloniales que- no sé porque- me cautivan tanto. Pedazos de una historia que no volverá a escribirse. A vos, o quizás a otros. Todos o ninguno, a la larga no busco a nadie en particular, más que a mi misma. Hay días en los que uno llega a desconocer el reflejo de su propio rostro en el espejo, y hasta la propia voz parece salida de no se donde. En días como estos, hasta la sombra parece estar ausente. No hay brújulas ni mapas que te guíen. Solo cajas y más cajas por abrir, cachivaches.
El pa´i alemán ese me dijo que el rosario ayuda. Ahora bien, me toca buscar a Dios entre las perlas de mi sarta azul… o quizás te sigo buscando. Tal vez. Durante muchas noches usé el nombre de Dios para buscarte. No di contigo, y hasta el día de hoy creo que una parte de mi sigue buscándote, en los rosarios, en los templos, en las calles, esas mismas calles que hoy día recorro palmo a palmo.

-¡¿Sos o te hacés?! ¿¡No ves que te hace mal, que te estas destruyendo sola!?

Soy la niña que te extraña. Que te vio crecer y alejarse. Es increíble como uno crece en tan poco tiempo, mientras el resto se queda expectante. Y vos cazas estrellas, mientas yo abro más y más cajas, y por más que la propia conciencia me lo advierte, nunca termino de aprender y de evitarme las tragedias. ¡Y así es la vida che! No basta con el mito de Pandora y su caja para darse uno cuenta de que algunas cosas deben permanecer para sierre encerradas, de que algunos tótems no deben ser profanados. Mejor no saber ciertas cosas… ni recordar otras.

- ¡Así está mejor! Dejá todo donde estaba y cerrá la caja!...¡Y no la vuelvas a tocar!

mauo 07

2 comentarios:

  1. Este escrito me gusto muchísimo, más que nada, por recibirlo allá. Pero nunca terminé de digerir con agrado esa actitud que no puedo clasificar ni como sana ni como enferma. Entre represiva y necesaria, pero, ¿qué tan necesaria es? ¿qué tan útil es si no hay una verdadera consciencia de los misterios guardados dentro de la caja? Conciencia de que por una buena razón, aceptada y procesasda, están guardados y prefieren estar allí.

    Claro, después viene el lado de las ciencias livianas que nos propondrán la relatividad del tiempo espacio a nivel emocional, pero esos son mambos densos para una intlectualidad perezosa como la mía. Yo creo que abrir la caja de vez en cuando para nadar en ella ayuda a continuar al miedo, y nunca salirse de los estándares.

    Ayuda a ser normal nadar en la caja.

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  2. (¡o a ser una vieja solterona, como pronostica mi familia!)

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